domingo, 30 de diciembre de 2007

De cómo eyectarse, sin tener sistema de eyección



Eyectar: impulsar con fuerza hacia fuera mediante un mecanismo automático. Fuente: Real Academia Española http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=eyectar)

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Una vez con vos, pero a +/- 30 kilómetros de distancia. Otra con vos, a 5 centímetros de distancia. La regla de tres (muy) simple me dice que 30.000 metros (30 kilómetros) son 3.000.000 de centímetros (sí, tres millones de centímetros). Eso quiere decir que la distancia se redujo 600.000 veces (seiscientas mil veces). O que la distancia, cuando fue a cinco centímetros tuyo, representaba 0,0001666% de la anterior (digamos que dos milésimas de un uno por ciento). Ja. Doy por descontado que estos números son una simplona para vos (¡aguante el ocho!).

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Cumpliste a medias (¿literal?), y yo huí aterrorizado

La reunión. Inauguración. Antes, seguramente ese mismo día por la mañana, te había dicho “mini tableadita”. Y casi no voy. Que total, el ron quedaba en casa. “Dale, salí. Andá con los chicos” para mis adentros. Y fui. ¿Mini? No sé. Pollerita sí. ¡Medias! Entonces, habías cumplido-a-medias. Nunca tan literal. Que champan con sabor a fresa. Que vino. Que daikiri. Te tequila. Que cerveza. Música. Más ruido. Más quilombo.

Y yo que me siento un segundito en el sillón. Vos que venís y te sentás al lado mío. “Con vos me re divierto”. O algo así. Diría que dijiste eso. ¡No voy a recordarte cómo terminaste! ¡No! ¡Ja! Pero esas palabras, a cinco centímetros de donde yo estaba, fueron demasiado para mi en ese momento. Salté del sillón. Fui hacia donde estaba la barra, y otros chicos “destilando”. Salté del sillón hacia fuera del radio de alcance. No por nada en particular. Sino porque, como ya te dije, no me lo esperaba. Me dio cosita, podría decir, ja. Y luego de eyectarme, fui a buscar refugio entre los demás. ¡Simple! ¿Aterrorizado? Bueh, bueh… ja… No es para tanto. Pero algo así. Y no por vos. Sino por mí.

¿Me ibas a tirar con un misil?

¿De qué estoy hablando? En algún momento lo sentí. Te imaginarás que no sé cuando. Tal vez me gustaría saberlo, pero no es lo que más importa. Como te dije, en algún momento se sintió. Sí, acá adentro. Y un día, o algunos días después, nos encontramos chateando. Yo, sentado en el mismo lugar en el que estoy ahora. Vos, en tu casa. 30 kilómetros de distancia. 300 cuadras. 30.000 metros. 3.000.000 centímetros. ¿De qué veníamos hablando? Sería un hallazgo saberlo. Algo casi paranormal, ja. Está bien, sí, ¡no sería tan fantástico si hubiéramos guardado la charla! ¿Pero para qué?

Palabra va. Palabra viene. H. H2. H3. H4. H5. … … … H100. Ni idea el día, ni idea el mes. Ahora que hago un pequeño esfuerzo, si me apuro, digo que fue en ese mismo agosto. Después de decirlo, salí de la silla como el piloto salió del avión. Eyectado. “Hacia arriba”. No había paracaídas, no había avión, no había guerra. Me acuerdo como si hubiera sido recién. Veníamos hablando. ¡Re buena onda! Y lo escribí: 8 letras.

Eso fue después de aquel día que fuiste al lugar en el que nos vemos “siempre” vestidita con una remera (a algo así) blanca con negro, a rayitas. Ese día me pareció que estabas preciosa. No sé por qué ese día y no antes. ¡No sé! ¿Quizá porque tenía más confianza con vos? Te quise sacar una foto. ¡No quisiste! ¡Mala onda! Después te di un papelito, tipo “ahorcado”. Algunas letras sí, otras faltaban. Lo tenías que completar. Me preguntaste si tenía una “u”. Te dije que no. Pero “que” tiene la letra “u”. No era tan difícil, che! Ja! Que estás muy linda. Esa era la frase.

Esas ocho letras las escribí con este mismo teclado, un tiempito después del día de la remerita blanca con negro, a rayitas. Y salí eyectado de esta silla. Te quiero. Ocho letras. T-e-q-u-i-e-r-o. Como si hubiese sido hace un minuto: debe ser que no quise ver tu “respuesta”. “Salí despedido hacia arriba” de la silla, fui a agarrar algo de ropa para ponerme para salir, y a los segundos (¿diez?, ¿quince?, ¿veinte?) volví a mirar el monitor. Sinceramente creo que escribiste “yo también”. Estoy casi seguro. Pero esa vez salí “eyectado” de la silla como quizás muy pero muy pocas veces antes me había pasado algo así. O tal vez nunca antes. ¡Nunca le había dicho “te quiero” a alguien, por primera vez, vía “msn”! Lo que también sé es que ese “salto” de “eyección” fue como el que usan los pilotos de aviones de guerra, pero no para salvar mi vida: no había un misil que destruyera mi avión, y así, no iba a caer al vacío.

O sí: el misil que me iba a dañar podía ser tu respuesta. Simple pero certera y destructora: “¿Qué decís?”. “¿Qué te pasa?”. “¿Te volviste loco?”. “No te desubiques”. Pero fue un “Yo también”. Creo que sonreí. Estoy casi seguro.

Habré tenido miedito de que me tiraras un misil. No quería quedarme delante de la pc a ver tu respuesta. Podía ser eso, un misil. Y mi instinto de autoconservación hizo que “apretara el sistema de eyección”. Pero no sé si tiraste algo. Aunque seguro que un misil no fue. Me eyecté. Por las dudas. Pero mi propio paracaídas fue, al final, tu “yo también”. Gracias. Una vez más. Gracias. Sí. Hoy por hoy. Hoy por ese “yo también”.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

¡La "h" no suena... pero estar, está!



Qué destino el de la “h”. Hache. O ache, vaya uno a saber. Una letra que cuando se la emplea al (hablar), no se ve reflejada. Quizás se (hace) presente ser con la “ch”. Chica linda. Chocolate. Pero la “h” no suena. Ignorada a la (hora) de los populares sms para ahorrar una letrita al momento de mandar el trascendental mensajito. ¿Injusticia?

Había. Abía. Hermano. Ermano. Hija. Ija. Evidentemente nos hemos acostumbrado a ella. Lo que se mama… Abía. Ermao. Ija. . Tiene que estar. ¡La h tiene que estar! Pero, ¿tenía que estar entre vos y yo?

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Una vez conseguiste la dirección del msn. Otra me agregaste. En algún momento te acepté. Y después, quién sabe qué día, charlamos. Una vez. Otra. Y otra. Y otra más. No me acuerdo de la primera. Ni cuándo ni de qué. ¡No sabés cómo me gustaría (haber) guardado esa charla! (Hasta) podríamos decir que sería una pieza de museo, ja…

Sí recuerdo que un viernes de junio (diría que fue el 8) entré para (hablar) con uno de los chicos, estabas vos, me demoré con unos minutitos y me gastaste por el lugar al que iba. Pero fueron unos minutitos, como te dije, nada más. Creo que fue esa fecha, porque después de charlar con vos, fui a cenar a un lugar que me gustó mucho, y como se acercaba el cumpleaños de mi vieja, me dije “Quiero que vengamos acá”… La fecha, para mí, sería esa. Irrelevante.

Aunque no tanto. Quizás, porque es la primera charla que recuerdo (haber ) tenido con vos por intermedio de la famosísima “internet”.

¿Cómo empezó? ¿De qué (hablábamos)? ¡Sí! ¡Por favor! ¿De qué (hablábamos)? ¿Cuánto influyó eso de “yo te daría”? Fueron y vinieron algunos mensajitos. “Yo te daría”. ¿Qué me darías? Y si me dabas algo, ¿yo tenía que darte algo también? ¿Y por msn? ¿Quién fue el primero en delirar con el otro? ¿Nos (habremos) reído? ¿Nos (habremos) quedado hasta que el otro se fue? ¿O uno se fue antes porque sí? ¿Te quedaste por mi? ¿Entré por vos? No sé. No creo que lo recuerdes. Y tampoco importa.

Pero en algún momento, pasó. Alguno de los dos tiró el primer palito. Acá, el primer palito podría graficarse así: I. Sí, “ I ”. ¡Claro! El primer palito ¿Fuiste vos? ¿Fui yo? ¿Y si fuimos los dos? Muy probablemente hayamos sido los dos, Bebota hermosa.

Y llegó el segundo palito. ¿A ver? “ - ”. Que uno más uno, es igual a dos. Vos. Yo. Nadie más. Al menos en ese momento, nadie más. ¿O me equivoco? Si me equivoco, ¡hacémelo saber! Te lo digo por mi: 1+1=2. En ese momento, vos y yo. Nadie más. Por mí, al menos.

Una noche. Y otra. Y otra. Y otra. No sé cuántas noches. Y el tercer palito. Otra “ I ”. Nos reímos. Sí. Mucho. Nos esperamos, tal vez. Entramos para buscarnos. Y lo que no es poco, nos conocimos un poquito más.

(Hasta) que una noche te dije, “estoy súper H”. ¿Fue la vez de la charla aquella, en la que te conté que una compañera de trabajo me (había) ofrecido ser mi amiga? ¡Me aconsejaste! Me dijiste que aceptara. No (hay) nada grabado… pero no sé por qué, me parece que fue esa vez. En rigor de verdad, hay que decirlo: esa charla la grabé, y con el tiempo la borré.

Lo que me quedó, es que tu frasecita “Yo quiero estar con vos”. ----- Para mis adentros, varias veces en una noche, y varias veces más en distintas noches: “No puede poner eso. Y el flaco al que le vaya dirigido es un idiota, que la vaya a buscar ya”.

“Estoy súper H”. Y no te fuiste. Ni me fui. Seguimos charlando. ¿Importa quién fue más H? No. Igual, ¡creo que fui yo! Lo que no creo, es que fue un placer. Para-mí-fue-un-placer (haber) charlado con vos. Con H y sin H.

La H. I + - + I = H. ¡No te marees! No es una fórmula de química. ¿O sí?

viernes, 7 de diciembre de 2007

Almorzando con...




Esa chica morochita, más o menos nueva, que se hizo bastante amiga de la informática. ¿Unas entradas para un recital Arjona las unió? Así cuenta la leyenda, dicen. Ellas, que esperan el almuerzo para compartir sus cosas. Ellas, que se ríen. Ellas, que comen, la mayoría de las veces, en la mesa menos concurrida. Tan poco concurrida, que son ellas solas la que casi siempre almuerzan ahí.

Ese pibe, que cae casi siempre al rato. Que le pone agua a una de sus tres tazas. Que pide casi siempre prestado cubiertos porque los suyos no los encuentra casi nunca, o porque están sin lavar. Ese pibe, que casi sistemáticamente, cuando ve a la morochita y a la informática, les habla sin decir. Ese pibe, que todos los días inventa algo para llamar la atención de las chicas.

Parece que el pibe disfruta hablándoles, interrumpiendo la charla de ellas. No le importa lo que dice, menos le importa lo que le contestan. Algunas veces les tira agua a la cara, algunas veces les prueba la comida. Y pocas, muy pero muy pocas veces se quedó a almorzar con ellas.

La informática, que a veces no le contesta. Y si le contesta, que más le ladra. O casi. Y la morochita, que le da un poco más de charla, y que le ladra menos que su compañera. Así los días. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. De la semana. Toda.

Una vez él le preguntó a la morochita por qué no iba a almorzar “con todos los chicos”. Ella algo le contestó. Algo que tiene que ver con “prefiero comer en la cocina”. Pero él creyó que además había otra cosa. Tal vez poca onda, o cero onda, con “algunos de los chicos”, o “chicas”.

Y así siguieron los días. Las dos chicas que van a almorzar. Él que cae en la cocina al rato, les dice una, dos, tres o más boludeces, les tira un poco de agua, la informática que lo no ve la hora que se vaya, la morochita que la mayoría de las veces le sigue la corriente.

Sería como un sketch dentro de la obra cómica de ocho horas diarias. Uno más entre varios. Hay que pasar el día. Y total, a la larga, ninguna de las dos lo manda lo suficientemente claro al cuerno. Él seguirá. Algún día no hará el show porque esté medio cruzado. Otro, no le seguirán la corriente ninguna de las dos porque les pase lo mismo.

Pero más o menos a las 13, ello pasaba. Antes que ella lo agregara a su msn. Antes que él la “aceptara”. Seguro, él le habrá preguntado eso aquella vez porque le gustaría que almuerce con él y los demás chicos.

Nada más que eso. Ya había palabras. Había pasado el tiempo de la percepción. Hasta puede decirse, que en esos almuerzos fue donde y cuando el trato entre la morochita y su superior inmediato (¿?) había mejorado, se había normalizado, un poquito.

Un sketch dentro de la obra diaria de ocho horas. Si esos dos, al margen de todo, casi no se hablan.