viernes, 7 de diciembre de 2007

Almorzando con...




Esa chica morochita, más o menos nueva, que se hizo bastante amiga de la informática. ¿Unas entradas para un recital Arjona las unió? Así cuenta la leyenda, dicen. Ellas, que esperan el almuerzo para compartir sus cosas. Ellas, que se ríen. Ellas, que comen, la mayoría de las veces, en la mesa menos concurrida. Tan poco concurrida, que son ellas solas la que casi siempre almuerzan ahí.

Ese pibe, que cae casi siempre al rato. Que le pone agua a una de sus tres tazas. Que pide casi siempre prestado cubiertos porque los suyos no los encuentra casi nunca, o porque están sin lavar. Ese pibe, que casi sistemáticamente, cuando ve a la morochita y a la informática, les habla sin decir. Ese pibe, que todos los días inventa algo para llamar la atención de las chicas.

Parece que el pibe disfruta hablándoles, interrumpiendo la charla de ellas. No le importa lo que dice, menos le importa lo que le contestan. Algunas veces les tira agua a la cara, algunas veces les prueba la comida. Y pocas, muy pero muy pocas veces se quedó a almorzar con ellas.

La informática, que a veces no le contesta. Y si le contesta, que más le ladra. O casi. Y la morochita, que le da un poco más de charla, y que le ladra menos que su compañera. Así los días. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. De la semana. Toda.

Una vez él le preguntó a la morochita por qué no iba a almorzar “con todos los chicos”. Ella algo le contestó. Algo que tiene que ver con “prefiero comer en la cocina”. Pero él creyó que además había otra cosa. Tal vez poca onda, o cero onda, con “algunos de los chicos”, o “chicas”.

Y así siguieron los días. Las dos chicas que van a almorzar. Él que cae en la cocina al rato, les dice una, dos, tres o más boludeces, les tira un poco de agua, la informática que lo no ve la hora que se vaya, la morochita que la mayoría de las veces le sigue la corriente.

Sería como un sketch dentro de la obra cómica de ocho horas diarias. Uno más entre varios. Hay que pasar el día. Y total, a la larga, ninguna de las dos lo manda lo suficientemente claro al cuerno. Él seguirá. Algún día no hará el show porque esté medio cruzado. Otro, no le seguirán la corriente ninguna de las dos porque les pase lo mismo.

Pero más o menos a las 13, ello pasaba. Antes que ella lo agregara a su msn. Antes que él la “aceptara”. Seguro, él le habrá preguntado eso aquella vez porque le gustaría que almuerce con él y los demás chicos.

Nada más que eso. Ya había palabras. Había pasado el tiempo de la percepción. Hasta puede decirse, que en esos almuerzos fue donde y cuando el trato entre la morochita y su superior inmediato (¿?) había mejorado, se había normalizado, un poquito.

Un sketch dentro de la obra diaria de ocho horas. Si esos dos, al margen de todo, casi no se hablan.

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